sábado, 15 de agosto de 2009

Cuestión de Estrategia -Mentes Maestras-

Aquel era un pueblo de gente emprendedora y creativa, tenían una solución para cada problema o un problema para cada solución -al fin que el orden de los factores no altera el producto, verdad?-. Y he aquí que les voy a echar la ya muy conocida frasecita anémica: "Para todo hay remedio, menos para la muerte". Pues un día se reunieron los líderes -el ciego, el sordo y el mudo- en asamblea extraordinaria para tratar el problema de "la muerte" que era el más espinoso de los tópicos que han existido. Por supuesto que se turnaron para hablar siguiendo de forma estricta el protocolo dictado para estos casos. Me gustaría decir que primero "habló" el sordo pero sabemos que no podría, más bien hizo una serie de gestos y movimientos que fueron interpretados como "para que nadie muera lo mejor sería que nadie naciera, por eso propongo que a partir de hoy se prohiba que macho y hembra se junten y sean una sola carne" -aquí hubo una ronda de aplausos que los oídos inútiles del sordo no llegaron a registrar-. Luego fue el turno del mudo, quien también necesitó de intérprete, y que se comunicó con señas que parecían obscenas -de esto solo hubo dos testigos- y que se tradujeron como "yo propongo que para que nadie muera se cobren altos impuestos a los candidatos a difuntos y así persuadirlos de no cometer tan horrendo acto". Mientras el sordo y el ciego expresaban sus opiniones el ciego permaneció con el oído atento y la boca abierta. Finalmente se dignó hablar y cuando lo hizo lo hizo como que nunca había hablado en sus casi 94 años de vida. "Propongo que seamos más osados, que ataquemos el problema de raíz, que tomemos medidas radicales contra un mal que poco a poco ha venido diezmando nuestra población. Propongo que a partir de hoy dejemos insepultos los cadáveres para que la muerte vea -suponiendo que la muerte no sea ciega como yo- que en este pueblo no tiene lugar", Cuando finalizó estas frases tenía la lengua pastosa y un brillo apenas perceptible en los ojitos opacos, y con un jadeo lento prosiguió, "nosotros tenemos que restarle poder a la muerte que se anuncia pero que nunca nos proporciona datos exactos de dónde o cuándo va a presentarse a nuestra puerta, y la mejor forma de hacerlo es que nosotros mismos nos administremos el medio que nos quite la existencia, así la muerte se verá humillada ante nosotros y comprenderá que nosotros tenemos un poder igual o mayor al que ella posee". Al escuchar estas últimas palabras el mudo saltó de la banca en que estaba sentado y agitando los brazos y contorsionando la nuca expresó: "Si seguimos su consejo nos exterminaríamos a todos y este pueblo desaparecería". "Ese es el punto" replicó el ciego, "si nos eliminamos a nosotros mismos la muerte ya no tendrá campo donde operar y por tanto tendrá que emigrar en busca de otro lugar donde haya vida". Este argumento fue suficiente para convencer al sordo y al mudo, arreglaron los detalles logísticos e hicieron algunos cambios e inmediatamente pusieron manos a la obra. Los primeros en ser eliminados fueron los ancianos, les siguieron los niños, después las mujeres y por último los jóvenes. Todo había sido planeado de esta manera para que fuesen los habitantes con más energías los que se encargaran de sepultar a los que fueran cayendo primero. Durante el tiempo que duró el exterminio los negocios se vieron inyectados de capital, el desempleo bajó al cero por ciento y la economía floreció. En un periódico abandonado sobre una mesa se puede leer el titular de la última edición: LA MUERTE FUE DERROTADA EN SU PROPIO TERRENO. Hoy las calles de aquel lugar son un paraje desierto, no se escucha el llamado de la muerte y solo de vez en cuando una ráfaga de viento alborota el polvo que se acumula en las aceras.

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