domingo, 2 de agosto de 2009

Aires Agostinos. (Fiesta a la Medida)




Los extremos nunca se tocan. Con la llegada de Santo Domingo de Guzmán a las calles de Managua podemos ver el interior de la sociedad nicaraguense. Los pobres salen a pie a bailarle al santo y lo cargan sobre sus hombros y le piden milagros (que cure al hijo que padece de epilepsia, que el esposo deje de andar de borracho, que la hija que va para Costa Rica pueda encontrar un trabajito...ya saben, cosas que solo los pobres pueden desear), se pintan el cuerpo con aceite quemado y muchos andan de rodillas grandes distancias como muestra de devoción, pero los ricos no hacen este tipo de cosas, los ricos no le piden al santo, los ricos tienen tanto que más bien le ofrecen al santo un "desfile hípico". Salen a la calle a pasearse montados en sus caballos (mientras el populacho carga en hombros a su santo, las bestias se sientan sobre el lomo de los caballos) - no quiero ni pensar la cantidad de dinero que valen esos animales y todo el cuido que necesitan-, toman Whiskey que les es servido por un pobre que va a pie junto al caballo y que camina toda la ruta del desfile para asistir a su amo (el hombre gordo y el caballo tienen el mismo rango, pero el animal es noble y el que lo monta...no lo sé): le da agua, le seca el sudor de la frente, le pasa el teléfono para que conteste las llamadas de la esposa, le sostiene al corcel por las riendas, le echa piropos, le pule las sombras y sonríe con cara de empleado público. Santo Domingo es acompañado por un río de gente olorosa a sudores rancios y orines amanecidos, pero el "desfile hípico" es un mar de cerveza, ron y perfume caro...cuando el desfile termina y en las calles solo queda la mierda de los caballos y los policías que tratan de arreglar el caos del tráfico, los montados se retiran a felicitarse en una recepción especial en un salón elegante de uno de los nuevos hoteles de Managua. En la otra acera, cuando la procesión del santo llega a su fin-una iglesia superviviente del terremoto de 1972- y el vocerío de los vendedores ambulantes y la pólvora se acallan, en las calles solo quedan los borrachines desperdigados y un olor a silencio que nada es capaz de llenar...y regresan los caballos a sus cómodos establos y el patrón a su residencia y del otro lado del muro los pobres retornan a sus casuchas, de goma y con los bolsillos vacíos. Cada cual vuelve a su realidad a seguir soñando con un futuro que luce prometedor sin importar desde qué ángulo se vea.

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