sábado, 17 de julio de 2010

Magia Sencilla

Esta era una princesa que de pequeña aprendió a no creer en príncipes azules. Internet le enseñó que los príncipes azules jamás llegaban montando un caballo blanco, no se arrodillaban para besar la mano, no declamaban poemas, no mataban dragones ni atravesaban oscuros pantanos, no domaban bestias salvajes, no prometían amor eterno y tampoco rompían hechizos con besos. Ella se casó con Alberto, un joven de por estas tierras, que hacía magia con el arado y que trabajaba de sol a sol. A esta princesa nada la impresionaba tanto como los hombres prácticos.

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