miércoles, 27 de enero de 2010

Una Visita

Un paquete de cigarrillos, dos bolsas de cachitos, cinco libras de pinolillo y una de azúcar...esto más un poco de amor la madre abnegada le lleva a su hijo preso. La veo haciendo fila junto a al portón de la estación II de Policía de Managua junto a tantas otras madres-esposas-hermanas-hijas (parece que los hombres no tienen a quién visitar en la cárcel)que esperan a que aquella las rejas se abran y un policía chaparro y flaco les indique por dónde caminar. Llegan al centro del patio y al ver a sus presos lloran ríen callan y la mayoría del tiempo es el silencio que no necesita explicación el que se planta entre ellos. La madre desenvuelve el paquete y uno por uno le tiende los productos a su hijo. El los toma con vergüenza y agradecimiento y en su mente se refleja la imagen del capitán que cuando todos los familiares visitando se hayan marchado y los presos estén guardados en sus celdas y las luces se vuelvan sombras vendrá a despertarlo y a pedirle un cigarro en pago por el minuto de sol que ha estado recibiendo cada mañana-en la cárcel nada es gratis, nadie hace un favor sin esperar recompensa y todos son inocentes de lo que sea que se les acuse-porque los pobres policías tienen salarios de miseria y en la casa hay muchas bocas que alimentar y servicios que pagar y usted sabe que es enero y hay que aliñar a los chavalos para que vayan a clases y la vida está dura y la mujer cada día exige más por lo tanto hay que sacar recursos de cualquier fuente. La madre regresará a casa con la imagen de un hijo que en tres días que ha pasado en la cárcel no parece ser el mismo; tiene una barba que antes ella no había notado, el pelo a perdido su brillo, los dedos le tiemblan y parece que tiene miedo de mirar a los ojos y ha perdido un par de libras. ¨Deberías de buscar el buen camino¨ le dice la madre. ¨Cuando salga de aquí le prometo que ya no vuelvo a andar por el mal camino¨le responde él. La madre respira profundo y ensaya un remedo de sonrisa porque sabe que su hijo no va a cambiar y que acabará sus días detrás de las rejas o muerto en la esquina menos pensada. Un oficial gordo y sudoroso le avisa a todos que la hora de visita se ha terminado y que el fin de semana un grupo de evangélicos llegará para tener un culto y repartir comido a los reclusos. Madre e hijo se dan un abrazo que les sabe a cosa nueva, ella le dice que se cuide y él le pide que le salude a su hija. La madre sale a la calle y finalmente puede dejar que las lágrimas que tiene atrapadas en el pecho corran con toda libertad...

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