martes, 3 de junio de 2008

Richter de Madrugada- Managua ya no es.

Una noche de diciembre del año 1972 de la era de nuestro Señor Jesucristo se terminó el mundo para diez mil de las almas que habitaban en la pequeña República Centroamericana de Nicaragua. La ciudad de Managua estaba preparada para recibir la noche de navidad. Las tiendas desplegaban sus campañas para atraer a los compradores, las luces adornaban los edificios de gobierno. En el horizonte se podía ver el lago sereno-como haciendo silencio para que no le señalaran de ser cómplice de la tragedia que se estaba fraguando-. Detrás de la Catedral de Managua estaba el Cinema Alcázar, un punto de referencia para los noctámbulos de la época. En este edificio se presentaban los estrenos traídos de Holliwood y uno que otro concierto. No recuerdo si fue que soñé o si alguien me dijo que allí se presentó La Sonora Matancera en una de sus visitas. Pues bien, se despertó el potro y de un salto dejó la ciudad en ruinas...la que era una ciudad ordenada y moderna se convirtió en una montaña de escombros, llantos y cadáveres. Los que se quedaron sin hogar salieron a refugiarse en las ciudades vecinas. Todos salieron con la esperanza de regresar una vez que las autoridades terminaran de limpiar los restos del naufragio. Las tareas tomaron más tiempo del previsto-el dictador de turno aprovechó la emergencia para saquear la ciudad y embolsarse la ayuda que gentes de todo el mundo enviaban para ayudar a reconstruir lo que ya no existía. Volvieron los Managuas al reencuentro con su amada. No había donde habitar y cada quien se acomodó a como pudo y donde pudo. Varias familias se tomaron la osamenta desnuda del Cinema Alcázar y allí echaron raíces nuevas y ramas y sueños y esperanzas. No había más que una paja para surtir de agua a trece familias-esto nadie me lo susurró-, descargaban el estómago en lo que antes era la sala de proyección y orinaban contra cualquier pared. Vivieron allí por muchos años, pero un día se decidió que era demasiado peligroso que toda esa gente viviera en unas ruinas que con el menor estornudo podrían irse al suelo...hombres con el torso desnudo y armados de picos y barras se dedicaron a demoler el viejo edificio y a sacar el metal que sostenía sus entrañas para venderlo en los centros de reciclaje...de las familias que fueron sacadas no supe más, me imagino que una vez más tuvieron que vivir el éxodo forzado por la falta de techo.
De ellos no quedó señal en el lugar. Ni una cruz ni una piedra...y ahí donde estaba el Cinema Alcázar, ni el tufo a mierda quedó.

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