domingo, 10 de octubre de 2010

En un Pueblo Cualquiera.

Despacio y sin hacer bulla el calor se instalo sobre la ciudad. Por aquellos días el cielo se mostraba limpio y profundamente azul. Los viejos dicen que en aquella época el calor era tanto que los arboles sudaban, los perros sudaban, las cunetas sudaban, los postes del tendido eléctrico sudaban, las ideas sudaban, el aire sudaba, la gente se metía desnuda a la cama y dejaba las puertas y ventanas abiertas pero aun así sudaba, los santos de yeso de la vieja iglesia sudaban a mares, las tumbas en el cementerio sudaban, las gallinas se arrancaban las plumas a picotazos porque el bochorno era insoportable, los cerdos sudaban aun cuando estaban echados en el lodo, nadie encendía los fogones por no hacer más insoportable el bochorno. Desesperados y con el rostro descompuesto por las muchas noches sin poder dormir, los habitantes del pueblo marcharon hasta la casa del alcalde para exigirle que tomara medidas para resolver el problema del calor. El alcalde estaba metido en su hamaca y se mecía con furia tratando de refrescarse. Cuando escuchó que tocaron a la puerta saltó de la hamaca y se envolvió en una toalla mojada. Al pasar por su oficina guardó el revolver en la gaveta del escritorio y salió a la calle para confrontar a la multitud. Apenas abrió la puerta sintió un calor aun más intenso, aquella multitud despedía un vapor sofocante y hediondo a orines rancios. El alcalde arrugó la cara e hizo un intento por cubrirse la nariz. La gente expuso sus demandas y el alcalde las escuchó todas con paciencia y tomando notas en una libreta vieja y descuadernada. El alcalde despidió a la multitud y se metió a su casa. Esa noche también la pasó en vela, pero cuando el sol empezaba a despuntar en el horizonte el ya tenía una solución para la crisis que estaba sufriendo el pueblo. A media mañana llegó al pueblo un camión cargado de abanicos(ventiladores) y aparatos de aire acondicionado, el camión se detuvo frente a la mera puerta de la casa del alcalde y todo el mundo vio con asombro lo que unos hombres con el torso desnudo descargaban y apilaban sobre la acera. A los pocos minutos el alcalde salió a las calles a colgar letreros por todas partes. "Se venden abanicos y aparatos de aire acondicionado. Los interesado presentarse en la casa/oficina del alcalde". En pocos minutos se formó una fila de compradores frente a la casa del alcalde. Cuando ya todos los aparatos se habían agotado y en las calles no se veía ni una sola alma, sonó en los cielos un trueno, y un aguacero de proporciones diluvianas se dejó caer sobre el pueblo. Algunos dicen que llovió apenas por unas pocas horas, otros dicen que llovió por semanas, pero en lo que todos están de acuerdo es en que con toda seguridad el alcalde había hecho un pacto con el demonio porque desde que aquellos hechos sucedieron nadie más lo volvió a ver por el pueblo. Mi abuelo dice que en el lugar donde estaba la casa del alcalde hoy sólo queda un árbol de chilamate.

No hay comentarios: