lunes, 25 de octubre de 2010

Oficina de Recepción de Quejas.

Jesucristo llamó a una conferencia de prensa. Las cámaras y micrófonos de todo el mundo estaban en la sala de paredes, techo y piso blanco. En la conferencia se anunció que Dios abriría una oficina para escuchar las quejas de sus hijos e hijas. La oficina estaría abierta de lunes a viernes de 8 de la mañana a 5 de la tarde, los sábados atendería de 8 de la mañana a 12 del medio día. Se atendería en el mismo orden en que las personas fueran llegando. Se solicitaba que nadie introdujera alimentos o bebidas a la oficina y que se cedieran los asientos a los ancianos, mujeres embarazadas y personas con alguna discapacidad física o necesidad especial. A la mañana siguiente, frente al portón principal de la recién inaugurada oficina de recepción de quejas, había una larga fila de quejosos y quejosas. Se notaba que muchos habían pasado la noche en vela para ser de los primeros. Un emprendedor ya había instalado un pequeño caramanchel donde vendía café, pan, refrescos, agua, frutas y dulces. Un ángel, con sus alas bien planchadas y la aureola recién pulida, abrió la puerta e hizo pasar a la gente a la sala de espera. Los ángeles que recibirían las quejas estaban preparados. A las ocho en punto de la mañana se llamó a los primeros quejosos. Un señor alto y flaco se quejó de tener el cuerpo compuesto de puro huesos, él quería tener músculos fuertes y bien definidos. Una señora quería cambiar el color de sus ojos y arreglarse un juanete que le causaba grandes dolores. Se presentó una jovencita de aspecto cansado y se quejó de lo difícil que era trabajar en un restaurante como mesera y ser acosada todo el tiempo por clientes atrevidos. Una anciana se quejó de las muchas y largas noches de insomnio. Un padre desconsolado protestó por la muerte de su hijo. Una mujer embarazada quería que Dios la indemnizara por tres abortos espontáneos que había sufrido. Un hombre se quejó porque el salario no le alcanzaba para mujeres, cervezas y fiesta. Una niña de trece años se quejó de no tener pechos tan grandes como los de Pamela Anderson y que esta carencia la hacía sentirse menos que sus amiguitas... Y así se pasaron las horas, los días y las semanas, todo el mundo llegaba a quejarse de lo que fuera o de quien fuera, todo el mundo quería que su asunto fuera resuelto a lo inmediato y que los ángeles les dieran trámite de urgencia a sus peticiones, hasta que una tarde, después de escuchar todo tipo de quejas y lamentos, Dios llegó a su cielo sintiéndose cansado y sin saber qué hacer, entonces lloró, lloró por él mismo y por ser Dios y no tener a nadie con quien quejarse de lo mal que le habían salido sus hijos e hijas. A la mañana siguiente, Dios llamó a la oficina de recepción de quejas y se reportó enfermo...

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